sábado, 5 de mayo de 2018

NUNCA SEREMOS DIOSES

                  VENGADORES: INFINITY WAR

                   


Existen varias clases de guerras, al igual que existen varias causas, ideales, intereses y bandos que cambian (o no) paralelamente al desarrollo de las mismas. A esto lo llamaremos "objetividad", la idea de que algo "sea" en base al modo en que se suceda. Existe también la falsa creencia de que las guerras concluyen cuando ya no queda nadie que las declare, la versión oficial dicta que esto "sea así", de lo contrario nadie dejaría de encontrar un motivo por el que no abandonar la pelea. Sucede que nunca es así, que lo que concierne a un acontecimiento tal como es la guerra implica una serie de pérdidas, de experiencias y de conflictos (ajenos a aquellos por los que se lucha) que acaban desembocando en otra especie de duelo al que no podemos juzgar de la misma manera, un dolor propio, personal, libre a diversas interpretaciones pero lejos de pertenecernos más que a la persona que lo sufre por su cuenta, más lejos todavía de señalarlo como "incierto" según se logre encontrar una explicación en su nombre. A esto lo llamaremos "subjetividad". Dicho lo cual, la guerra entre ambos conceptos nunca termina, es infinita. En lo que respecta al séptimo arte siempre habrá quien consiga hacer valer su opinión sobre la de los demás apelando a un criterio sustentado en un tipo de formación concreta sobre el medio cinematográfico, es decir, recurriendo a lo que le han enseñado en una escuela de cine. Igual que siempre habrá quien consiga hacer valer su opinión sobre la de los demás apelando a un criterio sustentado en un cúmulo de sentimientos irrefrenables que lo llevan a estimar una obra a través de lo que la obra despierta en él mediante "lo que cuenta" (no el modo de contarlo), es decir, recurriendo a lo que le sale del fondo del corazón.

El hecho (objetivamente hablando) es que esto pasa, hablar de Infinity War es hablar de esa misma guerra. Y puede no ser nueva pero es la que nos ocupa, el origen que aviva el enfrentamiento entre una perspectiva y otra. Define una era por su capacidad de evocar la necesidad inherente de ponerlo en tela de juicio o defenderlo como nos sea posible. Podríamos circunscribirlo a la popularidad cosechada por Marvel a lo largo de los años, simplemente un reclamo pasajero acorde al tradicional desprecio por Hollywood en según qué sectores o al fanatismo desbordado de millones de "freaks" por el éxito de sus franquicias. La realidad es que no escribo lo que escribo para abanderar a ninguno de los dos frentes, solamente puedo ofrecer mi versión de la historia, tal vez no sea suficiente pero tal vez baste que para que cada cual considere la opción de no hacer suyas las batallas que libran los demás. Yo creo sinceramente que la película de Joe y Anthony Russo va más allá de lo que cualquiera esperaría de ella en términos de desafío, clímax o referencias. Podría ser práctico, decir que "mola" o pretender que en lo que veo no hay valor por la sola razón de que sus personajes vuelan, corren más de lo debido o no obedecen las leyes de la física. Los hermanos han jugado con la posibilidad de que estas criaturas aspiren a más que a mostrar sus aptitudes, que por más que sean las que lleven el relato no sean ellas lo único que las defina. 

Esto es Occidente, el fondo realza a las figuras y no a la inversa, el que tenga un problema con esto está fuera de lugar. Los Russo han canalizado cada pequeña parte de este enorme universo en una sinfonía épica que encuentra el equilibrio perfecto entre su estructuración como space-opera incuestionable y sus implicados tras una década que nunca fue un preámbulo estricto de lo que acaba de ocurrir, y sin embargo, consiguiendo que el tiempo transcurrido contribuya como valor añadido al resultado sin depender de él más de lo que exige la lógica elemental, esto es, respetando cada suceso previo y aprovechando a su favor el apego hacia sus personajes a la hora de sucumbir a la catarsis que los encumbre a un tipo de rango que trasciende la etiqueta de los superhéroes, reafirmándolos en el imaginario colectivo y en la cultura en torno a sus símbolos. Ya no "tan válidos" como un Marty McFly, un Darth Vader o un Gandalf el Gris si no al mismo nivel de relevancia generacional. Gracias a una dirección que confía plenamente en la visión de conjunto al margen de la visión individual, que concentra cada esfuerzo en la ocasión de marcar la diferencia dentro del plan para el que ha sido diseñada, traducido a grandes rasgos en la inclusión del que ya es, con todo lujo de detalles, uno de los villanos mejor escritos y con mayor repercusión que se hayan visto en la historia del género.

La fórmula de costumbre a pleno rendimiento, sin renunciar (ni planteárselo) al sentido del humor que caracteriza a sus producciones pero procurando no abarcar más de lo que pueden permitirse y siempre encontrando la forma de que siga funcionando como el primer día. Si la risa alarga la vida nos están haciendo inmortales, si es o no un mito me es completamente indiferente. Tony Stark dijo una vez que "nosotros creamos nuestros demonios" (y lo dijo porque un tío famoso citó a alguien que lo dijo primero), los míos son esta pandilla de bichos raros, nada relacionado con proyecciones de mi propio ego (¿quién no se ha acostado con el suyo alguna vez?) o una insuficiencia brutal para conformarme con las desgracias del mundo real. Las desgracias de este magnífico mundo inventado son edificantes porque cuando se resuelven no tratan de que finalicen porque sea justo, si no de la esperanza en que siempre hay modo de ponerles fin. Y cuando no es así, serán sus cenizas las que nos recuerden que no hay amenaza lo bastante grande y lo bastante terrible que extinga la llama de quienes dieron sus vidas para conseguirlo. Así las cosas: maldito sentimentalismo, maldita condición humana.

10/10

domingo, 2 de abril de 2017

SÓRDIDA AUSENCIA DE LUNA

                                            THE NEON DEMON

                                         

Se da en The Neon Demon un curioso caso de acepción retribuida a las señas de la obra ya que  cada espectador encontrará el modo en que juzgar su contenido a través de su aspecto y viceversa. Ahora bien, siempre he intentado que mis críticas, por inconstantes, no adolezcan de más o menos consideración al medio en un ámbito estrictamente formal, no por narcisismo, si no por ignorancia. Aceptar el principio básico de incertidumbre resulta el punto de partida adecuado para adentrarse en el corazón de lo último de Nicolas Winding Refn, el resto no es más que la presunción del que se procura hacedor, juez y verdugo en la concepción de estilo. Si aceptamos el principio básico de incertidumbre comprenderemos que el estilo no lo es todo, pero lo es, de ahí que el estigma les suponga un desafío mayor a la hora de posicionarse a favor de una película que abandona el sentido común y corriente en beneficio del instinto. Porque es más atractivo restar peso a la responsabilidad, a la tentación de otorgar significado y delinear el perímetro de aquello que, por derecho de nacimiento, es insondable.

                      

En "X-Men First Class" Michael Fassbender pregunta a Jennifer Lawrence "¿alguna vez has mirado a un tigre pensando que debías enjaularlo?" a lo que ella responde "no". ¿En qué lugar deja su respuesta al animal? a priori en uno de plena libertad. A priori, en apariencia, la vida y su cruel costumbre de ubicar todo lo que habita, todo lo que con inteligencia es capaz de adquirir un orden preliminar del espacio que ocupa o el que ocupan los demás. El deber de adoptar la imagen o el deber de rechazarla. Asentar una imagen propia al margen de la imagen que impera. Constituir una imagen en contraposición a la inercia de la imagen que podríamos forjar sobre nosotros mismos sin quererlo. Vivir la imagen, morir en la imagen. ¿Acaso importa? preguntan algunos. Sin duda, digo yo ¿qué si no?. Y con tal máxima y con tal descaro, The Neon Demon calibra su desarrollo en sintonía al, por así decirlo, orbe de la nueva ética representativa de la (por entonces y por ahora) sociedad.

                   

Con distancia y mala leche, Nicolas elige proliferar las credenciales de la narración en tres frentes tan válidos e imperceptibles como los límites que cualquiera sacrificaría a colación de dar sentido al tiempo dedicado, que nuevamente deteriora la imagen, que inevitablemente estamos en la obligación de conservar. En lo que respecta a nosotros, para su director pervive el duelo entre el género, el estudio y... el estadio. Sin que por ello se deba interpretar que una de las tres es la correcta, la película jamás prescribe a su condición o al filo de la metáfora que tan mal acostumbradamente designamos como conclusión de un conjunto, del que consuela y esclarece el sentimiento de deuda cognitiva para con lo que se contempla. Con razón de más debería admitirse el error de injuriar su finalidad puesto que no la hay. Ninguna tesis, ningún alegato, ni feminista, ni reaccionario. The Neon Demon no es ni más ni menos que la negra madrugada de nuestro siglo, un recipiente, el precepto de origen a la metamorfosis letárgico/espiritual que acontece en un intervalo todavía por determinar. Aceptar de buen grado un rumbo a dedo en la oscuridad es tender la mano al vacío, por percepción de riesgo y por el encierro sensorial al que aboca cuando su dominio es absoluto con los párpados abiertos. 

                      

De ahí que la superposición holográfica a lo Michelangelo Antonioni resurrecto sirva como recurso principal, enraizando las pautas de su discurso en las entrañas de la metaimagen, esclavizando el dogma de belleza por la belleza sin necesidad de prescindir de ella, plantearlo a la inversa conllevaría no tener en cuenta sus posibles en el transcurso. Su daño, su consecuencia, su destinación, su propósito, el cual discurre entre la suspensión gravitatoria y la neurosis, el claustro. En principio como amenaza, a continuación como secreto, después como definición, finalmente como delito. Mientras que Elle Fanning atraviesa con candidez su particular cuento de hadas, uno al que poco o nada le queda por envidiar al Argento de Suspiria, con la inestimable ayuda de la auténtica dueña y señora de la función, Jena Malone, en un recital de represión, celos, voracidad y ternura sin precio ni medida, un trabajo imperecedero, temible, declaradamente suyo. La industria de la bulimia, la violación de la intimidad, alertas de la preservación de impunidad en hoteles de mala muerte, la imperdurabilidad de la juventud, el paternalismo recurrente no deseado, la posesión de lo virginal, la necrofilia como transmisor de un objetivo superior al orgasmo, la carne como transmutación etérea (sublime) de consumación personal, la repulsión del reflejo posterior, el vómito de fin de trayecto, las lágrimas de cocodrilo. No hay símil que transcriba o traduzca lo detallado aquí ya que no son más que acontecimientos, The Neon Demon abarca un tipo de comunión maldita y profana con la intención de alterar el statu quo del ciudadano racional para dar rienda suelta a sus más recónditos y aberrantes caprichos. De ceder a lo grotesco, de dar pie al subterfugio estético en el que nos sumimos día tras día, en un terreno yermo y finito que ya antecedía el ocaso de la especie desde la cuna. Purpurina y pulsión, escarnio y cacería, silencio y putrefacción... ¿y tu? ¿eres comida o eres sexo?.

                       

9/10

miércoles, 1 de marzo de 2017

EL SINO DE TODAS LAS COSAS

                                                   T2 Trainspotting

                                         

Para hablar de T2 habría que considerar dejar fuera la nostalgia y para eso habría que eliminar de la ecuación la necesidad de pertenencia a una generación, un escenario y un estilo de vida. Y por complicado que parezca desde dentro es justamente lo que pretendo hacer porque es justamente lo que Danny Boyle hace, al contrario de lo que os hayan contado, en esta ocasión cada mínimo apunte queda al servicio de una réplica constante que aborrece el alma cínica, mítica y descreída de su original. Porque la vida cambia, las personas también y a los malnacidos les salen cuernos. Porque sigo siendo Begbie y sigo odiando a quienes no me aportaron más que mentiras y desgracias, convencido de que solamente ellos son la razón de lo que me toca en suerte, aun sin ser cierto (que por suerte no lo es) ¿quién necesita razones cuándo eres humano?. Porque sigo siendo Spud, procurando no volver a dar coba a lo peor de mi en busca de otro vicio que no me lleve a la muerte o las ganas de optar por ella. Porque sigo siendo Sick Boy, apañando cualquier tipo de debilidad personal que interfiera en mis planes de triunfar a toda costa, incluso si es a ojos de los demás, la apariencia vive del todo y nada me va a frenar en mi camino por conseguirlo. Porque sigo siendo Renton y sigo tratando de hacer justicia a base de palabras, porque en el fondo y aunque procure evitarlo sigo enfadado con el orden natural de las cosas, porque ya no me divierte y la vida pasa, porque sigo sintiendo curiosidad por saber que ha sido de la gente que ha formado mi pasado y para la que no tengo más que ofrecer que lo siempre he sido: la rabia del primero, la desesperación del segundo, la ambición del tercero y la esperanza del cuarto, en un tratado que no es más que el reflejo de lo que define a todo aquel que todavía sueñe con alcanzar su propia meta en un sistema en el que solo envejece uno mismo, nunca la compañía.
                          

20 años son demasiado, demasiado tiempo para no darse cuenta de que en el cine solamente existe una regla, la de no traerse el veredicto formulado desde casa. Y en tanto que las secuelas no tengan el derecho a aceptarse tal como historias que se atienen a algo que ya ha acontecido seguiremos generalizando con su carácter dependiente y seguiremos sin valorarlas como merecen. Sin embargo, si en algo puede resumirse T2 es en su total falta de regocijo de lugares comunes, afronta de cara y casi con la misma consistencia y consciencia que la del 96 su posición en un siglo en el que la efervescencia reivindicativa de la juventud ya no es un incentivo empático lo bastante fuerte, principalmente porque queda poco espacio para las sorpresas y el pueblo está como loco por remontarse a otra cosa, a ser posible algo más antiguo, algo que los desconecte de una realidad inmediata que les recuerda demasiado a si mismos como para resultar agradable. Boyle lo entiende, por eso se permite una o dos regresiones que alivien y medien ante la urgencia de entrar en materia con lo que estos cuatro ilusos deben luchar tras décadas de reafirmación. Incluso si la intención es encontrar algo nuevo Boyle lo sirve en bandeja, nadie mejor que él para anclarse al ahora, para confiar la irreverencia formal de la primera (tan deudora como cualquiera de su escuela de los orígenes ya olvidados del Free Cinema británico) a una suma hilarante y despierta de detalles que encierran y guardan relación con la manera del sentir actual, procediendo de modo que nada de lo que suceda suponga un intento de emular glorias pasadas aunque sea de ellas de las que hable. Hay diferencia entre hacer aprecio a un gol y pegar la patada, podéis creerme si digo que Boyle ha elegido la segunda parte. O no, al fin y al cabo somos libres de decidir por cuenta propia, y ya que he sacado el tema añadiré que siempre hay consecuencias. Ahora mismo cuento 23 primaveras, las mismas a las que cierto fanático de Iggy Pop le bastaron para sucumbir a la que él mismo se había concedido, y basta con reprocharse que cada cual ha tenido su parte de culpa para no querer ver lo esencial: cada vez van quedando menos. 


                         

Precedida por un tipo de humor que solamente se materializa en el aquí y ahora de una actitud a la contra de las normas, hoy la etiqueta es "blanca", pero lo es porque estamos faltos de imaginación y perdemos práctica en el arte de la risa. Es una opinión, en cambio en T2 predomina el desconcierto y juega con el clásico enredo de situación, tan efectivo como uno se preste a participar. Ocurre igual en toda clase de chistes, importa poco si es a costa de la virilidad o del protestantismo. Y sin más ruido que el convenido y en concordancia con las circunstancias va camino de un desenlace a cuatro bandas que se permite el lujo de elevar a la pandilla a la condición de superhéroes, en un simposium de dolor y destellos que no es más que el sino de todas las cosas, al contacto de varios espejos que no dan margen más que para sincerarse y suplicar para no cruzar la línea, esa a la que llevamos hincando el diente desde los tiempos en que éramos invencibles, en la que ya no queda más que el vacío. Elegir bien sería la moraleja si hubiese un motivo por que el animarse, si pasas de los 40 debe ser tentador. Si lo miro lo hago en la lógica del que todavía no se atribuye la experiencia suficiente para considerarlo una opción, es divertido no ceder a la calma, por eso sigo dando gracias a que T2 sea consecuente con lo que debía, a sus personajes y al público, que queda tan dividido como ellos tras el ya lejano asunto de poca monta que los ha traído hasta aquí. Mil veces no bastarían para arreglarlo, y encantados de que los problemas no hagan la vista gorda rendimos pleitesía a lo que fuimos, lo que somos y lo que queramos ser. Los relojes ya no marcan la hora adecuada, los fetiches salen caros, la sangre llama a la sangre y esa habitación ya no avanza en la misma dirección, ahora representa un sinfín de oportunidades. Que no pare la música, que nunca deje de sonar.

                     

9/10

miércoles, 25 de enero de 2017

I SING FOR...

                                                        LA LA LAND
                             


No diré aquello de "ya que se ha hablado tanto de..." porque en el caso que nos ocupa nunca está de más mimar a la criatura más de lo aconsejable por más que pueda parecer excesivo, igual que está de más imaginar un mundo en el que la medida de nuestros objetivos no vaya acorde a la idea de cuánto deseamos que estos se materialicen. Y sobre como ello a menudo deteriora el estrecho vínculo que tan insistentemente nos empeñamos en conservar, por más elemental o poco útil que parezca, con aquello que impulsa la totalidad de nuestras fuerzas en el trayecto que va del boceto al resultado. Con no menos crueldad parte la premisa de La La Land, cabría darse por sorprendido de no tratarse de Damien Chazelle. Pero que nadie se llame a engaño, no es el fin de la creación lo que se nos ofrece, más bien el propio fin que Chazelle concibe de una era proclive a dar por finalizada la función cuando cierra el telón. Tan consciente como cualquiera de su gran mentira, retrocede a la otra cara del sueño eterno y contempla la posibilidad de empezar de nuevo.

                                 

Y sin no menos entusiasmo que Whiplash, posterga toda suerte de obsesión enraizando el plan de sus locos, locos, locos protagonistas en lo que representa la suma de sendos intereses enfrentados en la búsqueda de un sentido común al destino que ambos han labrado para cada uno de los dos. Para poder estar unidos, para no marcar la línea que distancie el anhelo de la realidad dentro de su propio universo. Y más allá, más lejos de ese íntimo e infinito firmamento, la declaración oficial de cómo nos hemos regido hasta la actualidad sin perder los nervios en el intento, sobre la razón de que todo lo que nos defina provenga de algo distinto de lo que consideramos ser. Porque no es tanto el significado de lo que miramos como el recuento de las horas que invertimos en proyectarnos, inmersos en una serie de tropiezos en la que el secreto puede que resida en saber captar el momento adecuado o el instante de algo que nació compartido, que creció compartido y que murió de la misma manera por diferente que pueda
verse desde otros ojos. 
                                            

La La Land ya no trata de otra cosa, y a raíz de un primer número musical que anuncia (y deslumbra) sus intenciones no entraré a valorar qué se ha extraído de según qué recodo del género para aplique de un conjunto que va desde el desnudo frontal de una L.A. más vivaz que nunca al decoro del homenaje complacido en la referencia, consabidamente alejada del calco para mayor gloria de un resurgimiento estético que no fija sus cualidades en las constantes del claqué o el empleo indiscriminado de color y diseño, si no que apuesta por el dominio del lenguaje tradicional a favor de un enfoque exclusivo y arrebatador. Y no, puede que no nos pille desprevenidos pero... ¿desde cuándo el amor ha resultado mejor sin que se nos eche encima
con todo ese mal genio y todos esos inconvenientes que ya conocíamos de primera mano?. Para Chazelle la respuesta es sencilla, quiere que entendamos que incluso en la peor de las situaciones siempre podemos contar con alguien que nos recuerde que vale la pena arriesgar un poco de eso que nos hace creer especiales, eso que jamás ha dejado de pertenecer a otra persona. Alguien que, al igual que tu o al igual que yo, está dando rienda suelta a sus sueños. 


Entre tanto y al arrullo de estrellas en la cima de la comprensión mutua (el tío del claxon y la que ensaya de camino al trabajo están de Óscar), un linaje en duelo que conforma, confronta y consolida su consorcio sin dar menor relevancia a la pérdida progresiva de la herencia y el origen del arte pero sin necesidad de asentar un enclave opuesto que abra camino al término del elitismo clásico, sin detenerse ni por un momento a justificar ninguna de sus vertientes, aunque siempre dejando bien claras sus preferencias. Asumiendo entonces un tipo de condición tan atemporal y añeja como el pensamiento, aquí no vale más que dejarse hacer y dar buen uso de ese corazoncito que en el fondo sabemos que llevamos dentro. La reciprocidad a veces es un auténtico asco, es cierto, pero en ocasiones puede señalarnos el lugar y compensar con creces esa esquiva sensación de ausencia que todavía nos trae de cabeza, algunos tan lejanos como una mirada susurrando
"de acuerdo" que, irónicamente, nos acerca más que nunca a la verdad.

 

9/10

viernes, 24 de junio de 2016

EL LARGO ADIÓS

                                                                VIS A VIS

                             
Pretender encontrar las palabras exactas, aquellas que hagan justicia a Vis a vis tras tanto camino trazado para descubrir que apenas hemos transitado una distancia mínima de todo lo que le deparaba el futuro, es pretender no venirse abajo, no intentar hacer entender a nadie lo que nos hemos perdido, ni tan siquiera echarle la culpa al porcentaje de audiencia ausente que a las malas (en el "peor" de los casos las cifras fueron brillantes) han provocado sin conocimiento de causa el final de un tipo de ficción que, a través de su apego por el peligro y su bendito empeño por desperezar los códigos de nuestra televisión, dió a luz una especie de armonía infrecuente entre espectadores y responsables, entre testigos y artistas, entre crédulos y genios. Una especie de relación íntima, tal vez pequeña, basada en la respuesta exacta en el momento preciso, con todo lujo de detalles, de esos que flanquean la barrera y nos acercan con total confianza a ese terreno inusitado en el que nacen las ideas. Cualquiera que yo pueda contaros al respecto es agua pasada, tanto como lo será la propia serie llegado el momento. Pero "solo muere lo que cae en olvido", la vida puede no ser justa, valga la ironía, para una historia que nunca prestó atención a lo contrario. Por suerte algunos recordarán esa historia y harán justicia a su recuerdo ya que jugamos con las mismas reglas a pesar de cualquier contratiempo, porque a veces la vida no tiende puentes en la dirección correcta, porque a veces la vida no trata de otra cosa.

Podría escudriñar entre el centenar de referencias (involuntarias o no) que han dado lugar en esta segunda temporada, desde un par de carcajadas por Meyer y sus féminas sin frenos, desde la violencia de Peckinpah, desde un avistamiento prudente al thriller crepuscular surcoreano contemporáneo hasta el mismísimo underground árido y "kinki" de sabor nacional importado de los 90, pero su mérito real es el de no haber necesitado ir más allá de lo que ya era desde que supimos de su existencia: un descarado elogio a la sorpresa. Y al amor, en un sano equilibrio entre la exaltación adolescente, el compromiso, lo imaginado, lo perdido y, en ocasiones, lo perverso. "Sin mal no hay diversión" como premisa preferente, a raíz del mal en un tablero de lealtades encontradas y lealtades por desfallecer que nos han arrebatado del tedio popular sin trampas, con evidente intención y mejores resultados, los de reformular el proceso narrativo a base de humor y menos dramas de los que cualquiera pueda pedir a lengua tendida. Manteniendo el paralelismo recurrente del formato documental que pasa por alto las rejas y nos habla a pecho descubierto de sus mujeres, las que van y vienen, las que temen y ya no esperan nada, las que a pesar de no encontrar espacio en el que entregarse tal como merecen encuentran la oportunidad, aquí y ahora, de ofrecernos eso y mucho más. Puede que más de lo que la mayoría está preparada para asumir.

Modélica en concepción y modélica en retirada, así ha sido la criatura, cautiva en su suerte de poesía caústica, casi nihilista. Mediante el trabajo de fotografía de un tal ganador del Goya Miguel Ángel  Amoedo con la que descubrimos que... "¡oh! ¡la perfección existe!", capturando retazos de vida puestos ahí por casualidad, humanos o no, que una vez introducidos destilan el sentido de lo que su escenario y su selecto reparto querían decir antes de concedérsenos el privilegio de tenerlos frente a frente. Y si de algo puede presumir Vis a vis... que es tal como quería llegar hace un año a este apartado: sus actores, sus actrices. Oscars huérfanos y anónimos, la etiqueta es lo de menos cuando uno siente la necesidad de darles las gracias a todos por su labor, y en la fea práctica de destacar por defecto cederé a la costumbre. Por encima de excelentes incorporaciones de última hora y de algunos que poco a poco han hallado esta vez una evolución exclusiva y enriquecida por escritores de primera línea, favorecidos Harlys Becerra como su despótico Valbuena y Jesús Castejón como dueño y rey del elenco masculino, a un palmo de no saber si hemos conocido al inspector más competente de toda españa, talento. Y por supuesto, Najwa Nimri. Lo que no concretaba al escribir "un sitio a golpe de fusta en el
imaginario colectivo" era que ella es capaz de trascender a la intimidación. Así, en un recorrido convaleciente y herido de gravedad disgrega la conducta de Zulema a un nivel de ambigüedad pocas veces visto, apelando a la piedad de sus fieles, mudando la piel y finalmente, burlando la diferencia entre mito y correspondencia empuñando el guante en sus orígenes, en un guiño literal a lo que esperábamos tras el cierre del telón: una sonrisa, una despedida, un personaje simplemente inolvidable.

Lejos de ser un "hasta luego" la clausura parece definitiva, de modo que a excepción de manifestaciones aisladas, un nuevo gobierno o un nuevo país en el que el riesgo no suponga impedimento a la hora de estimar el valor del arte, esto se torna en adiós. Desde este humilde, casi inexistente blog de tres al cuarto, esperamos con los dedos cruzados que ese nuevo día llegue más pronto que tarde, que el legado de Vis a vis nunca cayó en saco roto. La marea no es más que la brevedad de un vistazo al gozo de los que formaron parte, y si el amarillo simbolizó la muerte en otra ocasión hoy por hoy solamente es un número, una legión, una verdad como un templo.

miércoles, 22 de julio de 2015

CALIFORNIA

                                                      PURO VICIO 

                  

Adentrarse en el cine de Paul Thomas Anderson siempre ha requerido un riesgo intelectual, como todo autor que se precie su universo no va regido en torno a la lógica de lo que representa. No juzga como juzguéis, no veáis tal cual lo miréis. Sus películas han aunado el trauma estadounidense desde diversos espejos, han desvirtuado los conceptos de fraternidad y progreso en favor de un pasado que siempre arrastraba el mal o el perdón consigo. Variaban las décadas, la intersección que procuraba un análisis claro y conciso se hacía cada vez más densa y rebuscada, realmente llegabas a poner en duda tu estado mental, menos los escépticos, ellos siempre lo han tenido fácil para sentirse ofendidos. La confrontación como punto de partida genera debate, pero Paul realmente nunca ha sido un tipo conflictivo, es más, podría decirse que siente un sano desprecio por el orden. Dos años después de lanzar al mundo la que es su obra maestra regresa a la senda cómica de su primer ciclo bajo el aspecto adquirido por su segundo, lo que da lugar al desconcierto total, nunca es tarde para romper las normas.

                        

Puro vicio se siente en todo momento como aquellas míticas tardes de verano que ponen fin a la estación tras un largo tránsito en la desidia más absoluta, esos últimos coletazos al aire libre que presagian las desilusiones más significativas del año. Doc Sportello lo está viendo venir, pero piensa "¿qué demonios? ¿acaso no me pagan por esto?". 1970 o el fin de lo que fuera, que fue un caos absoluto. Y a Paul no le pesa haber estado antes por aquí, la constitución que vertebra el relato es tan disoluta como le conviene, siente cada encuentro como una punzada en la piel ya que cada uno resuelve una incógnita, lo que supone un paso del final por cada respuesta. Para alguien que realmente no es conflictivo, para alguien que realmente AMA una época, el final no es más que la muerte y entristece. Va a fuego lento desde luego... ¿se asemeja a los 40? ¡vaya que si! el mismo número de veces que han sacado la equivalencia con Hawks, no es lo que importa. Lo que importa es que renuncia al parentesco, no al del noir si no al de cualquiera, impera sobre la práctica y la subversión un claro cese de impulso que invita a compartir su permanente estado de fascinación y perplejidad. Vive de la textura conferida por un maestro que a fuerza de aprender ya no puede aspirar a más, dicho de otra forma, acentuando un vicio que atesora lo más divino, la vida misma en movimiento.


                       


Un ocaso impreso en la regla del juego, otro más. Desde los ojos de la narradora una nación encriptada, una multitud de posibilidades guiando la investigación de un suculento detective que embrutecería al mismísimo Hunter S. Thompson de la sola euforia de verlo desenvolverse con tanto estilo. Y lo abarca por tamaño y dimensiones, con Vietnam allá, con la droga aquí y la ilusión de imaginar que queda misterio en este cochino sistema. Con el recuerdo a cuestas al término de hace cuatro soles, desesperando bajo la lluvia sin tomar nota del tiempo y todo lo que se perdía entre tanto cariño. Y si, la invade la nostalgia pero no la acostrumbrada, aquí no garantizan que vayan a volver... ¿acaso es una opción?. Y con el lio el odio al comunismo, el rencor racial, el fanatismo, la cólera, las malditas y puñeteras utopías Doc va perdiendo el norte, piensa que no hay sueldo que pague tanta sórdida y desconsiderada estupidez humana, ni mucho menos cuando a la contra se acaba por considerar una enfermedad. Esclareciendo la línea del rango a la persona sin excepciones, en lo que nos ocupa atendería a cuestiones más sencillas como el ansia y por supuesto, una consentida y privilegiada curiosidad por todo lo que subyace dentro y fuera de lo relatado. La magia de la creación, la intriga de la palabra... ¿o era al revés?.

                      


Pero Paul, que además de no ser conflictivo tampoco es pesimista se las apaña para rescatarse de la locura, que según el grado de humor igualmente está en la obligación de pisar el freno. Porque Doc ha visto cosas que nosotros no hemos visto nunca, lo que traducido en meses da para toneladas de risas. Incluso tras un desplome cultural poco vigente en la historia, la de unos ángeles que retumbaban al ritmo de la fiebre inmobiliaria, arrastrando con ella lo resultante de otros días que sacaron el máximo partido sin dar mucha cuenta del terreno. Escondiéndose del salario consecuente a las rutinas ajenas, descalzos a orillas del mar.

                          


NOTA: 9/10 

martes, 19 de agosto de 2014

TINIEBLAS

     INSIDE LLEWYN DAVIS


Sátira y humanismo, dos corrientes igual de válidas ya que la vida se presta a ambas cosas. Se puede captar el pateticismo de la raza o su virtud, se puede elegir dosificar los tonos o regalarse al más innato de los extremismos, son aspectos de los que formamos parte al fin y al cabo, nuestra carta de presentación. Pero atrapar el sentimiento de la derrota, transfigurarlo con humor y liarse a guantazos con la fachada de cada espectador (por fuera presente y por dentro representado) es privilegio de los grandes, de los que recuerdan que nacemos con la palma en el culo y a grito limpio. Que si la propia existencia es un tumor no nos falte motivo por el que brindarle una carcajada tras otra por tropiezo o torpeza, que lo haga aquel que tenga el valor necesario.

                     

"Inside Llewyn Davis" es bastante sencilla como para resumirla y lo suficientemente complicada como para sobar su mismo resumen como único precedente... mira, casi como la vida. Subrayando la amargura de un hombre derrotado por las circunstancias, con el folk como excusa y los 60 de telón. No es solamente la radiografía más precisa de aquella generación perdida que sentó las bases sobre las que más tarde artistas como Dylan encontrarían un medio con el que llenar su plato. Acostumbrados a que leamos entre líneas bajo la farsa de "contamos una historia y procuramos que la apuesta sea fuerte", vuelven a regalarnos otro retrato de la cara B que no distingue entre el triunfo o el fracaso, al contrario de lo que pueda sugerir su guión. Un recorrido al infierno del anonimato, a la duda sobre si tiene sentido o no lo tiene, o si eres un egoísta convive lo mejor que te sea posible con aquello que te hace destacar en la mierda, aunque sea un poco en la inmensidad.

                    
                          
No hay significado para el caos si este este se define a si mismo limitándose a funcionar, y esto ya nos lo dijeron en 2009. "Inside Llewyn Davis" es la película más descorazonadora de su filmografía, la menos paranoica, la menos exigente, la más sentimental como idea... y en su lenguaje esto consta de dos razonamientos básicos, pillarlo o rendirse. Para los afortunados que hemos tenido el placer de sentir su emoción entre la turbia marea desde 1984 esto vale millones. Oscar Isaac incluído, en un papel sólido y auténtico, reflejo del hastío y la frustación de miles engullida entre la barba y la melena descolocada de un tipo milagrosamente cansado de luchar. "Si no es nueva y nunca envejece, es una canción folk", y en esas estamos, desde el mismísimo cartel, a drede y de buena gana, un clásico moderno en el siglo de los Smartphones, de los que te pellizcan y miras alelado el favor tan grande que un par de judíos le hicieron a los bobos del mundo, mostrando el aprecio que nos tienen en hora y media de desdicha y atropellos conducidos por el hilo de una creencia, con la música por bandera y un gato travieso en su regazo.

 
NOTA: 8/10