domingo, 2 de abril de 2017

SÓRDIDA AUSENCIA DE LUNA

                                            THE NEON DEMON

                                         

Se da en The Neon Demon un curioso caso de acepción retribuida a las señas de la obra ya que  cada espectador encontrará el modo en que juzgar su contenido a través de su aspecto y viceversa. Ahora bien, siempre he intentado que mis críticas, por inconstantes, no adolezcan de más o menos consideración al medio en un ámbito estrictamente formal, no por narcisismo, si no por ignorancia. Aceptar el principio básico de incertidumbre resulta el punto de partida adecuado para adentrarse en el corazón de lo último de Nicolas Winding Refn, el resto no es más que la presunción del que se procura hacedor, juez y verdugo en la concepción de estilo. Si aceptamos el principio básico de incertidumbre comprenderemos que el estilo no lo es todo, pero lo es, de ahí que el estigma les suponga un desafío mayor a la hora de posicionarse a favor de una película que abandona el sentido común y corriente en beneficio del instinto. Porque es más atractivo restar peso a la responsabilidad, a la tentación de otorgar significado y delinear el perímetro de aquello que, por derecho de nacimiento, es insondable.

                      

En "X-Men First Class" Michael Fassbender pregunta a Jennifer Lawrence "¿alguna vez has mirado a un tigre pensando que debías enjaularlo?" a lo que ella responde "no". ¿En qué lugar deja su respuesta al animal? a priori en uno de plena libertad. A priori, en apariencia, la vida y su cruel costumbre de ubicar todo lo que habita, todo lo que con inteligencia es capaz de adquirir un orden preliminar del espacio que ocupa o el que ocupan los demás. El deber de adoptar la imagen o el deber de rechazarla. Asentar una imagen propia al margen de la imagen que impera. Constituir una imagen en contraposición a la inercia de la imagen que podríamos forjar sobre nosotros mismos sin quererlo. Vivir la imagen, morir en la imagen. ¿Acaso importa? preguntan algunos. Sin duda, digo yo ¿qué si no?. Y con tal máxima y con tal descaro, The Neon Demon calibra su desarrollo en sintonía al, por así decirlo, orbe de la nueva ética representativa de la (por entonces y por ahora) sociedad.

                   

Con distancia y mala leche, Nicolas elige proliferar las credenciales de la narración en tres frentes tan válidos e imperceptibles como los límites que cualquiera sacrificaría a colación de dar sentido al tiempo dedicado, que nuevamente deteriora la imagen, que inevitablemente estamos en la obligación de conservar. En lo que respecta a nosotros, para su director pervive el duelo entre el género, el estudio y... el estadio. Sin que por ello se deba interpretar que una de las tres es la correcta, la película jamás prescribe a su condición o al filo de la metáfora que tan mal acostumbradamente designamos como conclusión de un conjunto, del que consuela y esclarece el sentimiento de deuda cognitiva para con lo que se contempla. Con razón de más debería admitirse el error de injuriar su finalidad puesto que no la hay. Ninguna tesis, ningún alegato, ni feminista, ni reaccionario. The Neon Demon no es ni más ni menos que la negra madrugada de nuestro siglo, un recipiente, el precepto de origen a la metamorfosis letárgico/espiritual que acontece en un intervalo todavía por determinar. Aceptar de buen grado un rumbo a dedo en la oscuridad es tender la mano al vacío, por percepción de riesgo y por el encierro sensorial al que aboca cuando su dominio es absoluto con los párpados abiertos. 

                      

De ahí que la superposición holográfica a lo Michelangelo Antonioni resurrecto sirva como recurso principal, enraizando las pautas de su discurso en las entrañas de la metaimagen, esclavizando el dogma de belleza por la belleza sin necesidad de prescindir de ella, plantearlo a la inversa conllevaría no tener en cuenta sus posibles en el transcurso. Su daño, su consecuencia, su destinación, su propósito, el cual discurre entre la suspensión gravitatoria y la neurosis, el claustro. En principio como amenaza, a continuación como secreto, después como definición, finalmente como delito. Mientras que Elle Fanning atraviesa con candidez su particular cuento de hadas, uno al que poco o nada le queda por envidiar al Argento de Suspiria, con la inestimable ayuda de la auténtica dueña y señora de la función, Jena Malone, en un recital de represión, celos, voracidad y ternura sin precio ni medida, un trabajo imperecedero, temible, declaradamente suyo. La industria de la bulimia, la violación de la intimidad, alertas de la preservación de impunidad en hoteles de mala muerte, la imperdurabilidad de la juventud, el paternalismo recurrente no deseado, la posesión de lo virginal, la necrofilia como transmisor de un objetivo superior al orgasmo, la carne como transmutación etérea (sublime) de consumación personal, la repulsión del reflejo posterior, el vómito de fin de trayecto, las lágrimas de cocodrilo. No hay símil que transcriba o traduzca lo detallado aquí ya que no son más que acontecimientos, The Neon Demon abarca un tipo de comunión maldita y profana con la intención de alterar el statu quo del ciudadano racional para dar rienda suelta a sus más recónditos y aberrantes caprichos. De ceder a lo grotesco, de dar pie al subterfugio estético en el que nos sumimos día tras día, en un terreno yermo y finito que ya antecedía el ocaso de la especie desde la cuna. Purpurina y pulsión, escarnio y cacería, silencio y putrefacción... ¿y tu? ¿eres comida o eres sexo?.

                       

9/10