miércoles, 1 de marzo de 2017

EL SINO DE TODAS LAS COSAS

                                                   T2 Trainspotting

                                         

Para hablar de T2 habría que considerar dejar fuera la nostalgia y para eso habría que eliminar de la ecuación la necesidad de pertenencia a una generación, un escenario y un estilo de vida. Y por complicado que parezca desde dentro es justamente lo que pretendo hacer porque es justamente lo que Danny Boyle hace, al contrario de lo que os hayan contado, en esta ocasión cada mínimo apunte queda al servicio de una réplica constante que aborrece el alma cínica, mítica y descreída de su original. Porque la vida cambia, las personas también y a los malnacidos les salen cuernos. Porque sigo siendo Begbie y sigo odiando a quienes no me aportaron más que mentiras y desgracias, convencido de que solamente ellos son la razón de lo que me toca en suerte, aun sin ser cierto (que por suerte no lo es) ¿quién necesita razones cuándo eres humano?. Porque sigo siendo Spud, procurando no volver a dar coba a lo peor de mi en busca de otro vicio que no me lleve a la muerte o las ganas de optar por ella. Porque sigo siendo Sick Boy, apañando cualquier tipo de debilidad personal que interfiera en mis planes de triunfar a toda costa, incluso si es a ojos de los demás, la apariencia vive del todo y nada me va a frenar en mi camino por conseguirlo. Porque sigo siendo Renton y sigo tratando de hacer justicia a base de palabras, porque en el fondo y aunque procure evitarlo sigo enfadado con el orden natural de las cosas, porque ya no me divierte y la vida pasa, porque sigo sintiendo curiosidad por saber que ha sido de la gente que ha formado mi pasado y para la que no tengo más que ofrecer que lo siempre he sido: la rabia del primero, la desesperación del segundo, la ambición del tercero y la esperanza del cuarto, en un tratado que no es más que el reflejo de lo que define a todo aquel que todavía sueñe con alcanzar su propia meta en un sistema en el que solo envejece uno mismo, nunca la compañía.
                          

20 años son demasiado, demasiado tiempo para no darse cuenta de que en el cine solamente existe una regla, la de no traerse el veredicto formulado desde casa. Y en tanto que las secuelas no tengan el derecho a aceptarse tal como historias que se atienen a algo que ya ha acontecido seguiremos generalizando con su carácter dependiente y seguiremos sin valorarlas como merecen. Sin embargo, si en algo puede resumirse T2 es en su total falta de regocijo de lugares comunes, afronta de cara y casi con la misma consistencia y consciencia que la del 96 su posición en un siglo en el que la efervescencia reivindicativa de la juventud ya no es un incentivo empático lo bastante fuerte, principalmente porque queda poco espacio para las sorpresas y el pueblo está como loco por remontarse a otra cosa, a ser posible algo más antiguo, algo que los desconecte de una realidad inmediata que les recuerda demasiado a si mismos como para resultar agradable. Boyle lo entiende, por eso se permite una o dos regresiones que alivien y medien ante la urgencia de entrar en materia con lo que estos cuatro ilusos deben luchar tras décadas de reafirmación. Incluso si la intención es encontrar algo nuevo Boyle lo sirve en bandeja, nadie mejor que él para anclarse al ahora, para confiar la irreverencia formal de la primera (tan deudora como cualquiera de su escuela de los orígenes ya olvidados del Free Cinema británico) a una suma hilarante y despierta de detalles que encierran y guardan relación con la manera del sentir actual, procediendo de modo que nada de lo que suceda suponga un intento de emular glorias pasadas aunque sea de ellas de las que hable. Hay diferencia entre hacer aprecio a un gol y pegar la patada, podéis creerme si digo que Boyle ha elegido la segunda parte. O no, al fin y al cabo somos libres de decidir por cuenta propia, y ya que he sacado el tema añadiré que siempre hay consecuencias. Ahora mismo cuento 23 primaveras, las mismas a las que cierto fanático de Iggy Pop le bastaron para sucumbir a la que él mismo se había concedido, y basta con reprocharse que cada cual ha tenido su parte de culpa para no querer ver lo esencial: cada vez van quedando menos. 


                         

Precedida por un tipo de humor que solamente se materializa en el aquí y ahora de una actitud a la contra de las normas, hoy la etiqueta es "blanca", pero lo es porque estamos faltos de imaginación y perdemos práctica en el arte de la risa. Es una opinión, en cambio en T2 predomina el desconcierto y juega con el clásico enredo de situación, tan efectivo como uno se preste a participar. Ocurre igual en toda clase de chistes, importa poco si es a costa de la virilidad o del protestantismo. Y sin más ruido que el convenido y en concordancia con las circunstancias va camino de un desenlace a cuatro bandas que se permite el lujo de elevar a la pandilla a la condición de superhéroes, en un simposium de dolor y destellos que no es más que el sino de todas las cosas, al contacto de varios espejos que no dan margen más que para sincerarse y suplicar para no cruzar la línea, esa a la que llevamos hincando el diente desde los tiempos en que éramos invencibles, en la que ya no queda más que el vacío. Elegir bien sería la moraleja si hubiese un motivo por que el animarse, si pasas de los 40 debe ser tentador. Si lo miro lo hago en la lógica del que todavía no se atribuye la experiencia suficiente para considerarlo una opción, es divertido no ceder a la calma, por eso sigo dando gracias a que T2 sea consecuente con lo que debía, a sus personajes y al público, que queda tan dividido como ellos tras el ya lejano asunto de poca monta que los ha traído hasta aquí. Mil veces no bastarían para arreglarlo, y encantados de que los problemas no hagan la vista gorda rendimos pleitesía a lo que fuimos, lo que somos y lo que queramos ser. Los relojes ya no marcan la hora adecuada, los fetiches salen caros, la sangre llama a la sangre y esa habitación ya no avanza en la misma dirección, ahora representa un sinfín de oportunidades. Que no pare la música, que nunca deje de sonar.

                     

9/10